Lo inconcebible transformado en realidad

En nuestro espacio En voz alta, destinado a un lugar para hacernos escuchar cuando tenemos algo que decir para invitar a la reflexión, hoy compartimos el pensar de Carlos E. Paldao, director de la ANLE.
Foto por Anthony Quintano (Flickr)

Por Carlos E. Paldao*

En este amanecer de Washington, W. DC., nublado y frío como es usual en este incipiente invierno, se hacía presente en muchos hogares la Epifanía, con los chicos que se apresuraban a levantarse para abrir, con ansiedad y esperanza, las sorpresas de los Reyes Magos. Este escenario, cuasi idílico, se hizo trizas contra otra realidad, impensada para los hombres y mujeres de bien de esta nación, que contemplaron azorados la irrupción de las siniestras fuerzas del caos y la violencia, convocadas por la omnipotencia ególatra de aquel que habiendo tenido la oportunidad y el honor de ser el primer servidor de sus conciudadanos, quiso ser, en cambio, un autócrata incapacitado para darse cuenta de la autopercepción equivocada de sí mismo, intentando remplazar los principios fundamentales de la democracia por visiones destructivas y perversiones xenofóbicas, atentatorias de los valores más elementales compartidos por la humanidad a lo largo y ancho de este mundo.

Ya lo sabemos. Desde hace cuatro años, pareciera que este país, baluarte de la democracia, el humanismo y la solidaridad universal —más allá de sus aciertos, errores u omisiones— ha sido testigo de una tergiversación de valores que haría empalidecer de asombro y consternación tanto a los Padres Fundadores de esta nación como a pensadores de la talla de Thomas Jefferson, Waldo Emerson, Walt Whitman, John Dewey o Martin Luther King.

De una larga, y no menos patética sucesión de vesanias, baste al azar evocar la muralla con México, los varios centenares de niños separados de sus padres en la frontera con este país hermano, la eliminación de la página hispánica de la Casa Blanca, la segregación por razones de color, sexo, religión o condición social de millones de seres que, con su esfuerzo, constancia y fe en las instituciones construyen día a día la riqueza material y espiritual de esta nación, y sin embargo una vez más, repitiendo una historia que se creía superada definitivamente, fueron perseguidos, discriminados, ignorados o asesinados por la brutalidad policial.

No es todo. Una inconcebible visión destructiva, sostenida desde el inicio de esta administración, en lugar de profundizar, expandir, mejorar o diversificar medidas y proyectos en plena realización en salud, vivienda, trabajo, educación, higiene, equidad social y cultural, se empeñó en discontinuarlas por la sola razón de ser iniciativas de un gobierno democrático precedente, ignorando los escenarios de preservación del medio ambiente y la solución de conflictos nacionales e interaccionales, en aras de preservar la paz y la armonía universales.

Como si esto fuese poco, uno de los muchos baluartes eminentes de este país, la sustanciación de la democracia consagrada en su Carta Magna, como gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo, se ha visto degradada a satisfacer los intereses efímeros sustentados por un personalismo basado en el autoritarismo, la discrecionalidad y los intereses creados de sectores minoritarios alejados de las necesidades, valores y objetivos de amplios sectores de la sociedad. Solo se necesita mirar, en este patético 6 de enero, el asalto de las hordas incitadas y excitadas por el gobierno asaltando y violando la sede del Congreso de los Estados Unidos. Triste espectáculo que consternó al mundo.

En este trágico escenario donde lo inconcebible se ha transformado en realidad, nuestra academia ha venido trabajando, de manera firme y segura, contra viento y marea, a pesar de la falta de apoyo que las autoridades del gobierno federal de turno no han hecho más que profundizar, soslayando ataques —algunos evidentes y otros subliminales— contra una población hispanounidense integrada por más de cincuenta millones de seres humanos que con sus esfuerzos, vocación y realizaciones, han contribuido desde el siglo XVI a sentar las bases de lo que hoy son los Estados Unidos.

Muchas veces, los fundadores de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE) han destacado que nuestra corporación no tiene naturaleza política. Ciertamente, así ha sido, es y será por los principios y objetivos que la animan. Pero una cosa es la acción, la participación y proyección política manifestada por una institución a través de sus posturas públicas, y otra, muy distinta, es adoptar una actitud contemplativa cuando los valores trascendentes del ser humano necesitan ser defendidos; entonces, es menester levantar la voz para sostener los principios éticos, políticos y morales que sustentan a toda organización de la sociedad civil o política. No hacerlo, sería traicionar su espíritu y su fundamento.

Sirvan estas reflexiones como forma de compartir el sentir de los hombres y mujeres de buena voluntad en un momento en el que el país se ve empañado por el ataque contra sus cimientos democráticos.


* Carlos E. Paldao es director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE), donde es académico de número y miembro correspondiente de la Real Academia Española (RAE).

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